Cuarto contexto de intervención



Lectura
Cuarto contexto de acompañamiento: Comunidad de vecinos
En: El acompañamiento sistémico: lo que los educadores podemos hacer en contexto. Cuadernos de Investigación: educación de migrantes. Vol. No.1 SEP/Gobierno del Estado de Sinaloa, 2005. México.


Descripción

Concebimos aquí, a las comunidades como algo más que una simple colección de personas situadas en un espacio determinado. Se trata de de sistemas de grupos humanos que actúan en red (dabas, 1993), que comparten su capital físico, social y humano, y que ponen sus relaciones al servicio de los propósitos o intenciones que tienen en común (Wheatley y Kelliner-Rogers, 1999).

En términos generales puede decirse que las comunidades son expresiones colectivas en las cuales las personas general vínculos de pertenencia que van más allá de su conceción tópica (Giménez y Gendreau, 2002). Sus lazos son de orden cultural y socio-afectivo; los unen normas, valores y experiencias compartidas (Fukuyama, 1999).

Sólo los grupos humanos que cubren esas condiciones pueden ser llamadas comunidades. Es posible que cada uno de nosotros participe en varias de ellas al mismo tiempo. Esto significa que se puede ser miembro a la vez de una familia, de una escuela, de un vecindario, de una comunidad de trabajo, de una organización social, de un sindicato, etc.

En la Comunidad se pueden observar relaciones primarias y secundarias. Las primarias son íntimas, y se construyen con base en la empatía, en la confianza y en relaciones interpersonales proactivas. Este tipo de relaciones es posible observarlas en la familia y en una limitada cantidad de organizaciones sociales interesadas por el desarrollo comunitario. Se caracterizan por tener un alto grado de adhesión, sentido de pertenencia y frecuente interrelación; se forjan para cubrir necesidades afectivas y funcionales para la subsistencia humana.

Las relaciones secundarias, en cambio, remiten a relaciones utilitaristas. Su esquema de negociación es primitivo. Responde al paradigma del intercambio, en donde nadie da si antes no tiene garantizada la retribución. Actualmente así funcionan, por ejemplo, y en el mejor de los casos, los grupos de trabajo, las organizaciones de vecinos para el desarrollo comunitario, las de los padres de familia preocupados por la mejora de escuelas, o las organizaciones políticas interesadas en la preservación o en el cambio de poder, etc.

Las comunidades propiamente dichas, por definición, funcionan con generosidad, Aquéllas que no trascienden las relaciones secundarias nacen del egoísmo. Estas últimas son muy "fijadas en lo que los demás entregan". Funcionan con el esquema del intercambio y por eso procuran dar tanto como lo que se recibe. Este tipo de relaciones son sociales, materiales, prevalece en ellas el cálculo y la solución matemática del tipo "tanto das, tanto doy".

En este contexto nos referimos a la comunidad de vecinos. Desafortunadamente este tipo de comunidades está constituida por familias débilmente enlazadas. Cada quien piensa en sí. Cada quien piensa en sí mismo y en los "suyos". La confianza y la empatía no han trascendido los bordes de la familia. Ahora mismo se encuentran encapsuladas en las habitaciones y en la sala de estar en nuestras casas. Han dejado de estar en la calle y en los espacios que el urbanismo civilizado destinó para ellas. Permanecen en arraigo domiciliario por temor a ser asaltadas a causa de la mala conciencia que deambula por doquier.

La comunidad de vecinos que ahora vemos, no es, precisamente, la que queremos. En la que ahora vivimos está fracturada para decirlo como Margaret Weathley- y está rodeada por otras de igual condición. Los edificios multifamiliares sin mantenimiento alguno o con parches de pintura multicolor, son un signo que revela la escasa capacidad de sus residentes para ponerse de acuerdo.

Con un estado de acuerdos precarios a causa de la escasa conversación comunitaria, se hace imposible la comunidad como espacio íntimo para la convivencia con presencia plena, se hiere gravemente a la participación social y se fortalece el riesgo que amenaza con tocar los bordes del autoritarismo y el totalitarismo.

Sin embargo, es importante decir que el espacio comunitario no se ha perdido del todo. Todavía es recuperable, pero no ha de ser con la adquisición de residencias amuralladas como habrá de restituirse la confianza y la seguridad comunitarias. Por el contrario, acciones como esas que modelan la compra de la seguridad, lo único que generan es agravar la exclusión, al separar a los que más tienen de los que menos, exacerbando con ello los efectos de la injusta distribución de la riqueza. Es una solución ilusa. Salidas artificiales de una ingeriería urbana deshumanizada. Espejismo de confort y seguridad sociales que no hacen otra cosa que agudizar tensiones y acrecentar la discriminación.

Esa no es la solución. La esperanza radica en una educación y una cultura de la legalidad que convence al otro de que la seguridad más efectiva no es la que viene de afuerz, sino la que somos capaces de generar en la propia interioridad. La seguridad "segura" no viene de afuera hacia dentro de la persona, sino la que va de adentro hacia afuera. La única forma de conseguirla es con la busqueda permanente de estrategias que desarrollen las habilidades sociales y la creación de espacios que hagan propicio el vínculo de las familias con otras organizaciones sociales, desarrollando la capacidad para conversar y exponer lo que tienen en común.

Creemos que la fortaleza de la relación comunitaria es directamente proporcional al grado de su interdependencia, a su dignificación y potencialización como espacio educador, y a las condiciones para establecer un trato inteligente consigo mismo para convertirla en agente de su propio desarrollo. En la medida en que esta condición se cumple, también en esa misma medida se reivindica a la comunidad como el lugar que demanda nuestro desarrollo con libertad, creatividad y seguridad.

Por eso el acompañamiento del educador en este contexto es necesario. Él debe ser el primero en desencapsular su empatía, su capacidad para confiar más allá de su familia y multiplicar esas capacidades llevándolas a cada una de las comunidades en las que participa. Ha de ejercerlas plenamente en su familia, en su escuela, en las organizaciones sociales a las que está vinculado y ha de ponerlas a prueba en su comunidad de vecinos para explorar sus potencialidades y todo aquello de lo que es capaz.

En este contexto los objetos de acompañamiento están comprometidos con el logro del bienestar comunitario y la construcción de la sociedad educadora. Por eso el acompañamiento ha de prever la estimulación de la participación social con la fortaleza suficiente para hacer de cada comunidad de vecinos un agente de su propio desarrollo, y ha de promover, además, el desarrollo de las capacidades necesarias para tomar conciencia de sí misma, para imaginar su futuro y para diseñar un proyecto consecuente.

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